sábado, 2 de abril de 2011

Buscando los porqués de la violencia callejera en Caleta



Durante los fines de semana son recurrentes los estallidos.
Quien este escribe lo hace en tiempo presente, porque se está en una bocacalle del barrio Gobernador Gregores, es un fin de semana de marzo y está ocurriendo esto ahora mismo. Hasta ahora, por lo que sabemos y por lo que vimos, las explosiones provienen de las carabinas lanzagases. Esta vez, los estampidos llegaban desde el oeste o el noroeste de la ciudad, a pocas cuadras de esa confluencia de las avenidas Del Trabajo y Antártida Argentina.
A los pocos minutos, se escuchaban los gritos y en un santiamén, en la bocacalle estaban todos los hinchas de un club local lanzando imprecaciones contra un grupo de policías que estaban a más de cincuenta metros, avanzando pausadamente, en marcha de botas severas, compás de pesadez dando señal de algo compacto que se avecina.
Habrá que estar en el cuero de esos chicos, de entre 15 a 25 años, para saber por qué el supuesto “amor” a la camiseta provocaba esa ira contra la policía, por qué los otros, los de Olimpia, por ejemplo, eran una facción contraria a la que había que deshumanizar o, mejor dicho, hacerla lejana, no prójima, sino ajena.
El caso testigo eran los del Catamarca, pero al otro día, los diarios hablaban de situaciones similares, de ataque con piedras y repliegue, de grupo de los de Olimpia, y antes los de Estrella del Norte. Pero antes –y desde hace varios años en Caleta- “los de abajo” y “los de arriba”, el enfrentamiento de pibes que viven en un área u otra de un sector de la ciudad. Hay enfrentamientos entre “arribas” y “abajos” en barrio Jardín, en barrio 17 de Octubre, en barrio Rotary 23, y están las peleas callejeras entre grupos que viven en Los Pinos contra los del San Cayetano.
Hiperkinesis por ser hiper, grito a la nada, nada de proyectos en el grito y la rebelión. ¿El amor a la camiseta?
Pertenecer a un lugar, ser parte de un territorio y defenderlo de los “intrusos”, así como esos “intrusos” defienden su territorio. Ser agresor y agredido.
A falta de lugares, espacios, ocupaciones con qué identificarse, algunos adolescentes optan por identificarse con la barra de la esquina. “¡Vamo’, vamo’, ¿o no defienden al barrio?” alcanzamos a escuchar que uno gritaba a los otros, replegados detrás de árboles y paredes. La policía era la destinataria del conjunto de los insultos.
Caleta no tiene más de 60 mil habitantes. Pienso que es una ciudad demasiado chica como para que sucedan tantas cosas de violencia juntas. Menores que usan armas de fuego, menores alcoholizados en las calles, la marihuana visible visible en las plazas. Pero cuántos menores están en esta situación.
Tal vez sea una cantidad de jóvenes con problemas verificable, palpable, no como en las grandes urbes; por lo tanto, quizás aún con posibilidades de recuperación ya que puede circunscribirse el diagnóstico.
La disolución de la vida familiar favorece el ingreso de los jóvenes en la vida oscura de rebelión a través de grupos patoteriles, incluyendo adicciones. Un joven violento tiene un mundo de valores diferentes, basados en la pertenencia a algo, ya que es difícil pertenecer a la familia o a la sociedad con las expectativas que demanda.
Durante generaciones se ha dicho que el ideal del trabajo aquí es el petrolero. “Entraste a YPF? Estás salvado!”, era el comentario. O bien, las chicas casaderas de las décadas del ’60, 70 u 80, presentaban con orgullo a sus novios ypefianos a los padres. “¡Es un buen muchacho!” era la primera calificación del futuro suegro para el galán en cuestión.
Había una suerte de estructuración familiar con YPF, y todo eso se derrumbó con la privatización. En esa época muy pocos se dieron cuenta de lo que iba a suceder, tan ingenuos que estuvieron ante la propaganda neoliberal.
Las expectativas pueden haber sido maltrechas por la desocupación alta de otros años, las de sus padres, los valores del trabajo o familiares han sido trastocados por eso. Pero, podríamos entender a esa situación como proveniente de varias generaciones. No puedo evitar hablar de la privatización de YPF, de las recurrentes crisis petroleras, del trabajo en sí del petróleo que no da estabilidad, que es imposible con sus imposibles horarios mantener un vínculo paterno-filial en el hogar.
Pero los padres de esos chicos son, también, empleados públicos, desocupados, empleados de comercio. “¿Por qué?”; insisto con la pregunta a un dirigente vecinal del barrio 2 de Abril. “Muchas causas, pero esto escapa a lo económico”, me contestó.
Puede que también exista la falta de autoridad, los valores que no se inculcan. Aunque también existen las expectativas de consumo que tiene una sociedad como la nuestra, en Caleta: persiguiendo más velocidad y cantidad, en el presente, sin que haya una proyección, una idea de organizar la vida en etapas.
Se nos ocurren muchas preguntas sobre esta cuestión que necesita soluciones.
Si el problema es socio-cultural, por qué no atacar esto desde, justamente, la actividad cultural, me refiero a la artística, pero también a la educación de padres e hijos.
No queremos cerrar el tema aquí, es ilógico hacerlo.

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