domingo, 3 de abril de 2011

Luis Maza, héroe caletense de Malvinas

Luis Maza, héroe de Malvinas, en el centro, flanqueado por sus amigos de radio, Sandro González y Zelaya, después de la Corrida Nocturna en homenaje a los veteranos de guerra
RECUERDOS DE GUERRA
El 2 de Abril, Luis Maza, estaba haciendo el servicio militar en Puerto Belgrano, en la Infantería de Marina. Era un adolescente de 18 años, un adolescente que, según él, “tenía otra forma de ver las cosas, diferente a lo que puede ser un pibe de esa edad hoy en día”. Luis quiere decir que en aquel 1982, un chico era más pueblerino, más “inocente”, procedente de una Caleta que, en ese entonces, era algo más que un pueblo.
Ese 2 de abril, en la base militar, por los altoparlantes, se escuchaba música marcial. Desde temprano se había dado la voz en todos los lugares, las radios no paraban de hablar de ese tema. Se vivía como un día eufórico, y “todos pensábamos que era algo muy bueno para la Patria; el pueblo estaba muy contento”.
Luis recordó que, en esos momentos, “había una especie de descontrol en las fuerzas armadas, había algunas de ellas que, se notaba, no estaban organizadas, muchos conscriptos no sabían ni siquiera armar sus campañas”. Aunque, aseguró, que, por fortuna, a él le tocó estar en la Infantería de la Armada que “estaba mejor preparada que otros, incluso los conscriptos, como teníamos siempre la parte comunicaciones, cuando íbamos de campamento en los entrenamientos, solíamos construir vivacs, lo que luego nos sirvió de mucho en Malvinas”.
Maza, que es un reconocido sonidista de Caleta, además es dueño de la FM San Jorge, confesó que está escribiendo casi cotidianamente sobre su experiencia en las Malvinas. “Ojalá algún día puedas publicar”, le dijimos anoche, durante la vigilia que se hizo en la costanera de Caleta.
“Sí, tengo como para un libro. Cada día me asombro más de las cosas que me pasaron cuando vuelvo a leerlas. Las situaciones que describo con frialdad. Lo que pasa es que a nosotros nos sucedió lo que le ocurre a otra gente que vive en otros lugares del mundo en continua guerra, y es que terminás acostumbrándote a la guerra”, comentó.
Luis prosigue el relato, (durante la entrevista que le hicimos en el programa “Arriba Caleta. Somos la Cien”, que se emite de lunes a viernes por la FM Municipal 100.3 Mhz), y lo va sazonando con anécdotas. Esta vez, quiso hablar de la situación de los conscriptos de otras armas, de la inmensa compasión que le provocaba ver a muchachitos mandados a la guerra sin tener experiencia. “He conocido a algunos que, como experiencia, sólo habían disparado cinco tiros en un entrenamiento en el continente. Había algunos que, en sus campamentos, estaban muertos de frío, y nosotros les dábamos pastillas de alcohol para calentar la comida, y algunos se las querían comer, ni siquiera sabían para qué servía. Sobre todo la gente del ejército era la que estaba mal preparada”, relató.
También contó que había muchas “diferencias”, mucho internismo entre las distintas fuerzas, y que eso afectaba a las operaciones. “La gente de infantería de marina no se juntaba con la del Ejercito ni con la de la Fuerza Aérea”, dijo.

LA ESCALA EN COMODORO QUE NO FUE
El 4 de abril, a la compañía en la que estaba Luis le ordenaron que debía partir hacia Comodoro Rivadavia. “Teníamos en mi compañía chicos de Formosa, Entre Ríos, de provincias del norte que no conocían el sur. Y yo les contaba cómo era. Por supuesto, yo me puse contento, porque íbamos al lugar cercano a Caleta, además yo me conocía de memoria el aeropuerto de Comodoro. Así que viajamos en avión y cuando aterrizamos, al día siguiente, empecé a ver que el aeropuerto no era como yo lo recordaba. Era diferente… Es que habíamos aterrizado directamente en Puerto Argentino, en las Malvinas”, dijo. “Nos mintieron que íbamos a Comodoro, para que no se filtrara ninguna información de nuestros movimientos”, aclaró.
El sector de Infantería en la que estaba Maza estaba integrado por ingenieros, técnicos y personas que conocían de los menesteres de comunicación. Él mismo era radioficionado.
Además, estaban encargados de la instalación de radares.
Maza relató que, durante los primeros diez días en las islas, su grupo estuvo en Puerto Argentino, trabajando en la colocación de minas anti-personales y antitanques cerca del aeropuerto, realizando “voladuras sin detonar” alrededor de la pista “por si los ingleses querían aterrizar allí”.
“Como nosotros teníamos el equipo de radar, la central del comando decide que vaya un grupo de ingenieros hacia la isla Borbón (Pebble)”, situada en la entrada norte del Estrecho San Carlos. “Supuestamente, pensaron los de Marina, que los ingleses que iban a pasar por ahí, y después al tomar el equipo de radar nos iban a dejar sin información”, contó.
“Entonces fuimos a esa isla donde hay una estancia que le pertenecía al grupo empresarial de Margaret Thatcher”, recordó. Según Luis, allí había una casa del administrador de la estancia, que poseía dos plantas y, alrededor, veinte casas con pobladores dedicados al trabajo del lugar. Había, también, una escuela, una usina y un almacén.
En el primer día de llegada, a los kelpers de la estancia los encerraron en la casa del administrador, y la compañía se esforzó por colocar lo más rápido posible el radar, más la disposición de los campos minados, sobre todo en las proximidades de la pista aérea que tenía la misma estancia y en el muelle que da a la ensenada.
Luis refirió que, posteriormente, la relación con los lugareños iba trocando del recelo a la cordialidad, menos con el administrador “que no nos quería ver ni en fotos”. Fue tanta la cordialidad en el trato entre ambas partes que, por ejemplo, cuando los ingleses bombardeaban el lugar, sobre todo la zona donde estaba apostado el radar, para reparar los daños del mismo, un hombre de allí, encargado de mantenimiento, les prestaba el taller. “Me acuerdo su apellido: Morrison, míster Morrison. Este hombre, dentro de su poco castellano tenía muy buena relación con nosotros. Y lo entendimos más cuando nos confesó que, cuando una vez cayó muy enfermo, lo trasladaron de urgencia a Comodoro Rivadavia, y allí, en un hospital, dijo, lo atendieron muy bien, acompañado por unas hermanas canadienses, y estaba agradecido por ello”, detalló Maza.
Instalados en el casco de la estancia, los conscriptos dormían en los galpones, mientras que los oficiales en una casa kelper.


MOMENTOS DE COMBATE

Luis rememoró que al comienzo sufrió inmenso terror cuando atacaban los ingleses, bombardeando la zona. “Teníamos fuego naval y nos tiraban, justo en la entrada del Estrecho. También había fuego aéreo”. Sobre sus cabezas veían pasar a los aviones británicos y argentinos en una lucha sin tregua por los aires.
“Además, sufrimos un intento de desembarco, y lo repelimos con campo minado y voladuras en la playa. Cuando quisieron intentar bajar, volamos sus dos lanchas de desembarco. Muertes no creo que hubiera habido mucho, en ese intento; sí creo que perdieron mucho equipo”, contó.
Cuando hablás con Luis Maza, da la sensación de que tiene muchas más cosas para contar, pero que, como un diálogo debe seguirse linealmente, él debe hacer el esfuerzo para no ramificar su narración en decenas de anécdotas, sensaciones, remembranzas.
Nos aseguró que no sufrió el trauma post-guerra. “Eso sí, estuve veinte años sin hablar del tema, hasta que rompí el silencio. Ahora, desde el Centro de Veteranos de Guerra de Caleta, estamos tratando de crear conciencia, tenemos la idea de formar un museo sobre el tema”.

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